Riera blanca. Arxiu Municipal de Barcelona. Disponible online: [https://catalegarxiumunicipal.bcn.cat/ms-opac/search?fq=norm&fv=*&q=&fq=media&fv=true]
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Riera Blanca es una riera que fluía por la ciudad de Barcelona y que en su momento fue redirigida hacia el subsuelo. El colectivo Sitesize realiza una investigación que lleva como nombre Rieres ocultes que me sirvió en su momento como referente. El colectivo investiga diferentes rieras que corrían por la ciudad de Barcelona y que ahora fluyen por debajo de ella.
Texto generado a partir de las imagenes y que después fue descartado:

Es probable que nadie lo recuerde, pero hace no mucho las ciudades eran de agua. La calzada originariamente era una informa fluida y acuosa, fundadora y urbanista de la ciudad de entonces. Sin embargo esa ciudad no existe más que como cimiento de la nuestra. El agua marcaba y dictaba las fronteras de la misma y de sus barrios, podíamos verla y señalarla. Disimuladamente la echaron de su puesto, y aunque muchas de las sentencias que dictó aún están en pie, no quedó casi rastro de ella. De manera excepcional, nos quedan los dos ríos que enmarcan la ciudad, aunque estos sean enfermos crónicos, y rastros lingüísticos pegados a muros y calles. El agua, llegados a un punto, se convirtió en hormigón y piedra expresándose únicamente en forma de nombre, como todo lo que logramos alcanzar nosotros, los humanos.

El duro asfalto que piso fue un día una larga riera que atravesaba sinuosamente la ciudad desde la montaña hasta el mar. De ella bajaban aguas lechosas teñidas de mitos originarios y de caolín. Esta riera no era la única que existía, sino que había muchas otras y las personas sentían la necesidad de diferenciarlas. Como sus aguas eran lechosas, comenzaron a llamarla Blanca. Blanca fluía con ligereza y abastecía a todo su entorno, nutriendo los huertos que daban frutos a las tierras colindantes, es por ello que fue el origen y cimiento de la ciudad. Al principio Blanca era agua de nadie, pero con los años se convirtió en frontera, su orilla derecha pertenecía a unos y la izquierda a otros. Se estableció una división de tierras a través de su flujo continuo. Escaseaban los puentes que cruzaban de un lado a otro, en su lugar había troncos que corrían riera abajo cuando el agua discurría con fuerza. En un principio únicamente algunos vecinos la llamaban Blanca, pero los nombres se propagan con rapidez y cada vez eran más las bocas que pronunciaron sus sílabas. Blanca perdió caudal, fluía a trompicones, su nombre llegó hasta los barrios lejanos y resonaba entre las bocas de los hombres. Su caudal cada vez era menor y más espeso, este hecho fue el detonante que sirvió de excusa para esparcir su nombre cada vez más lejos: Blanca, Blanca, Blanca.
El último día que Blanca fluyó fue aquel que pusieron una placa con su nombre. Estamparon su nombre en una piedra y la colgaron en un muro. Se celebró por todo lo alto sin saber que ese sería el día de su sepultura. Allí quedó Blanca, petrificada en el nombre.

Me es posible contaros esta historia porque ya está lejos, igual de petrificada que el agua que recorría su cauce. Cuando me encontraba aún a las orillas de aquel fósil negro me invadió la tristeza y tuve ganas de arrancarle el nombre y picar el asfalto.