La referencia de Aretusa viene directamente del libro V de las Metamorfosis de Ovidio. Nos cuenta la historia de una mujer que para huir de Alfeo, un hombre que la perseguía, y con ayuda de Artemisa se convirtió en río subterráneo para huir de él.
Esta referencia me hace posible sumergir inderectamente al Buenaventura por voluntad propia (con ayuda de Artemisa) para huir de los exploradores.
Demanda la nutricia Ceres, tranquila por su hija recuperada,
cuál la causa de tu huida, por qué seas, Aretusa, un sagrado manantial.
Callaron las ondas, de cuyo alto manantial la diosa levantó
su cabeza y sus verdes cabellos con la mano secando
del caudal Eleo narró los viejos amores.
“Parte yo de las ninfas que hay en la Acaide”, dijo,
“una fui: y no que yo con más celo otra los sotos
repasaba ni ponía con más celo otra las mallas.
Pero aunque de mi hermosura nunca yo fama busqué,
aunque fuerte era, de hermosa nombre tenía,
y no mi faz a mí, demasiado alabada, me agradaba,
y de la que otras gozar suelen, yo, rústica, de la dote
de mi cuerpo me sonrojaba y un delito el gustar consideraba.
Cansada regresaba, recuerdo, de la estinfálide espesura.
Hacía calor y la fatiga duplicaba el gran calor.
Encuentro sin un remolino unas aguas, sin un murmullo pasando, perspicuas hasta su suelo, a través de las que computable, a lo hondo, cada guijarro era: cuales tú apenas que pasaban creerías.
Canos sauces daban, y nutrido el álamo por su onda,
espontáneamente nacidas sombras a sus riberas inclinadas.
Me acerqué y primero del pie las plantas mojé,
hasta la corva luego, y no con ello contenta, me desciño
y mis suaves vestiduras impongo a un sauce curvo
y desnuda me sumerjo en las aguas. Las cuales, mientras las hiero y traigo, de mil modos deslizándome y mis extendidos brazos lanzo, no sé qué murmullo sentí en mitad del abismo y aterrada me puse de pie en la más cercana margen del manantial.
“¿A dónde te apresuras, Aretusa?”, el Alfeo desde sus ondas, “¿A dónde te apresuras?”, de nuevo con su ronca boca me había dicho.

Tal como estaba huyo sin mis vestidos: la otra ribera
los vestidos míos tenía. Tanto más me acosa y arde,
y porque desnuda estaba le parecí más dispuesta para él.
Así yo corría, así a mí el fiero aquel me apremiaba como huir al azor, su pluma temblorosa, las palomas,
como suele el azor urgir a las trémulas palomas.
Hasta cerca de Orcómeno y de Psófide y del Cilene
y los menalios senos y el helado Erimanto y la Élide
correr aguanté, y no que yo más veloz él. Pero tolerar más tiempo las carreras yo, en fuerzas desigual, no podía; capaz de soportar era él un largo esfuerzo. Aun así, también por llanos, por montes cubiertos de árbol, por rocas incluso y peñas, y por donde camino alguno había, corrí. El sol estaba a la espalda. Vi preceder, larga, ante mis pies su sombra si no es que mi temor aquello veía, pero con seguridad el sonido de sus pies me aterraba y el ingente
anhélito de su boca soplaba mis cintas del pelo.
Fatigada por el esfuerzo de la huida:
OVIDIO. Las metamorfosis: Libro V, Aretusa. Biblioteca Virtual Cervantes. [Disponible online] http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/metamorfosis--0/html/
“Ayúdame: préndese”, digo, “a la armera, Diana, tuya, a la que muchas veces diste a llevar tus arcos y metidas en tu aljaba las flechas.”

Conmovida la diosa fue, y de entre las espesas nubes cogiendo una, de mí encima la echó: lustra a la que por tal calina estaba cubierta el caudal y en su ignorancia alrededor de la hueca nube busca, dos veces el lugar en donde la diosa me había tapado sin él saberlo rodea
y dos veces: “Io Aretusa, io Aretusa.”, me llamó.
¿Cuánto ánimo entonces el mío, triste de mí, fue? ¿No el que una cordera puede tenerque a los lobos oye alrededor de los establos altos bramando, o el de la liebre que en la zarza escondida las hostiles bocas divisa de los perros y no se atreve a dar a su cuerpo ningún movimiento?
No, aun así, se marchó, y puesto que huellas no divisa
más lejos ningunas de pie, vigila la nube y su lugar.
Se apodera de los asediados miembros míos un sudor frío
y azules caen gotas de todo mi cuerpo, y por donde quiera que el pie movía mana un lago, y de mis cabellos rocío cae y más rápido que ahora los hechos a ti recuento en licores me muto. Pero entonces reconoce sus amadas aguas el caudal, y depuesto el rostro que había tomado de hombre
se torna en sus propias ondas para unirse a mí.
La Delia quebró la tierra, y en ciegas cavernas yo sumergida, soy transportada a Ortigia, la cual a mí, por el cognomen de la divina mía grata, hacia las superiores auras la primera me sacó.”
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